miércoles, 29 de junio de 2016

EMILITA DAGO EN CARORA

Los Pergaminos de Melquiades
  
Orlando Álvarez Crespo.-
Emilita Dago

En 1964, mientras hacía escala en un viaje hacia Maracaibo,  Emilita Dago, integrante de la Orquesta Los Melódicos, sufrió un accidente automovilístico y en nuestra ciudad fue atendida por los galenos locales. Como las heridas fueron muy leves ya al día siguiente la cantante cubana pudo salir a la calle. Ya había pasado la época dorada de Emilita con Los Melódicos. En nuestra ciudad no faltó alguien quien, para agradarla,  la invitara a degustar lo mejor que podemos ofrecer los caroreños: la gastronomía local.
  
     La cantante  que llegó a Venezuela después del triunfo de los barbudos de Sierra Maestra,  fue invitada  por los gentleman caroreños a almorzar. Como era de esperarse la llevaron, según Tata Taco Castillo, al restaurante de Don Adeliz Sisirucá, en Las Palmitas,  y si bien es cierto que allí había unos pocos platos preparados en base a la carne de chivo, Emilita Dago no comió nada de chivo. Taco Taco, cuando narra este acontecimiento hace énfasis: “… tu que escribis…ese día el que pagó la cuenta fui yo. Recuerdo Bs 80.” Y no revelemos los nombres de los acompañantes locales para que no se riegue la fama de chucos y atenios.

       No debieron ser más de dos los restaurantes que en Carora  visitó  la  cantante estrella de “la orquesta que impone el ritmo en Venezuela”. Seguramente le mal informaron  que aquí toda  nuestra gastronomía giraba en torno a la carne del chivo. Refiriéndose a este punto, señala Don Gerardo Castillo Riera, ahora experto en comida, “nada más alejado de la realidad sostener que en Carora se come chivo”.

   Para 1964, Emilita Dago era archiconocida en Venezuela por llevar ya cuatro años cantando con la orquesta Los Melódicos. Empezó a cantar con dicha agrupación musical  a comienzos de 1960 y desde esa época  se dio  a conocer  con el Sucu Sucu, El Hombre y el automóvil, Sube y Baja, Así Soy Yo, entre otros temas que sonaron hasta el hastío en las radioemisoras nacionales.  Algunos “viejitos”  recuerdan  El Guapetón, La Tómbola, La Vida es Chiquitica, Yo no me caso, Que Gente averiguá, Negro no te vayas, Pensar Mal, Por un Maní, La Cañada, etc.

     Del accidente visita de Emilita  Dago a nuestra ciudad, surgió el motivo para que se compusiera una pegajosa canción  que Los Melódicos bautizaron “Menú de Chivo”.  Oficialmente, esto es según la carátula del Long Play de la época, 1965, su autor es  Stelio Bosh Cabruja, pero los caroreños  sostienen que la compuso Renato Capriles.  Menú de Chivo está incluida en el LP “Aquí está Emilita con Los Melódicos” el cual salió al mercado cuando ya la cantante se había separado formalmente de Los Melódicos aunque mantenía amistad con los integrantes individualmente,  en virtud de ser la co-animadora del Programa “Compre la Orquesta” por Radio Caracas.  Ya estaba comprometida con el luchador de Lucha Libre, Lin Sun, también conocido como Mister Chile.

        “Menú de Chivo” hace referencia a un señor, Manolo (Monterrey?) que llega a un restaurante en Carora y al preguntar “que tiene para comer que traigo una hambre del Demonio”; y su interlocutora, la dependiente del negocio le responde: “Caldo de chivo, Sopa de chivo, Bistec de chivo, Frito de chivo, Asado de chivo,  Lengua de chivo, Fríjol con  chivo, Arroz con Chivo…” Que otra cosa tiene señora que ya me tiene encabritado” “Plátano con Chivo,  Chivato en Yuca, Chivato en papa,  Chivato en Coco,  Chivato al horno, chivo  en mondongo,  Chivo a la menestra. La canción, un merengue,  tiene un ritmo bastante pegajoso y finalizando se escucha una voz varonil (la de A. R. Deffit) que  inquiere en tono molesto “Señora y que otra cosa tiene” y se escucha la voz inconfundible de la cubana: “Leche de chiva y queso de chivo…  meee”.





     Hasta aquí el cuento va  muy apegado al rigor histórico como le gusta a los analistas caroreños, pero lo bueno de la crónica es la indescriptible arrechera que agarra nuestro amigo Frank Pérez cuando escucha Menú de Chivo. Frank agarra una arrechera de Sierralta. Y es que el por sangre es un Sierralta. Le pregunta Frank a uno “Tu la has escuchado; la canción de Los Melódicos que habla de la comida del Chivo?” y continúa: “a coña embustera esa Emilita  Dago que donde a todos los lados que iba le ofrecían solo chivo. ¿Qué restaurant sería ese donde sólo vendían chivo? Como si en Carora fuera tan fácil conseguir chivo. Dígame; las bolas que uno tiene que jalar pa conseguí un quesito de cabra y ella consiguió hasta conservas de leche de cabra que es mas arrecho encontrar por estos lados”. No va a ser embuste esa vaina. Pero una cosa es leer esta crónica en el frío papel y otra cosa es escuchar  el tono que le pone Fran Pérez al  comentario.

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martes, 28 de junio de 2016

El Arte Primitivo de Bruno Crespo

Los Pergaminos de Melquíades
Orlando Álvarez Crespo.-

BRUNO CRESPO: EL ARTE PRIMITIVO
Coinciden los grandes antropólogos en señalar que la primera conversión del hombre sobre la tierra consistió en tomar el barro de la ladera, la arcilla del suelo, y transformarla en un enser doméstico, votivo o  figura humana. Aquello, desde el amasado de la arcilla, el secado hasta la colocación en la pira para nuestro antepasado del neolítico debió resultar una especie de encantamiento, un acto divino y de magia. Y es precisamente ese acontecimiento cultural que tuvo lugar hace más de nueve mil años se repite en el taller “Primitivo” de Bruno Crespo, en la calle Sucre de El Torrellas, donde era el botiquín de Requena, su padre. Y así como para el hombre del Neolítico no había diferencia entre faber y ludens, entre trabajo y juego tampoco para Bruno y sus ayudantes hay diferencia entre trabajo, juego y placer cuando le dan forma a la arcilla y la transforman en auténticas obras de artes.
     Y es que provoca verlos “jugar” con el barro. Impresiona la destreza y habilidad con que este artesano de postín logra convertir la arcilla amorfa en ánforas, figuras humanas o cualquier otra pieza decorativa o utilitaria. Y que artesano auténtico no es cualquiera. Se nace artesano y Bruno nació con ese don que luego perfeccionó con estudios de la mano del maestro Candido Millán. El toque final a su arte se lo da un horno a gas que en su interior puede arder a  la misma temperatura del corazón del sol como me dijo una vez el propio Bruno.    

      Sin que ello sea una hipérbole hay que decir que la transformación del barro, el arte en el taller “Primitivo” ocurre en medio de un proceso o un ambiente casi místico, pues allí palpita la creación, se percibe la belleza; y en todo ello, el “supervisor” del trabajo del taller le da un toque de misticismo, de magia: Chus, el de Marbella como le decíamos los muchachos hoy cuarentones a esa pareja de personajes rústicos atravesando El Torrellas. Y es que Chus, hoy jubilado como botador de escombros y basura,  con su silencio hace pensar que hay algo que trasciende la materia. La presencia de Chus en el taller de Bruno Crespo le quita al arduo trabajo del barro su carácter burocrático, alienante y agotador; y si ello no es suficiente Bruno incorpora cocuy de penca a la jornada laboral; lo que él no sospecha es que así debió hacer el trabajo alfarero de nuestros antepasados indígenas. El trabajo con el barro nos hace volver la mirada al pasado y a las cosas sencillas porque como bien lo dijera el filósofo griego, Empédocles,   "de todas las cosas cuatro  son las  raíces: Fuego, Agua, Tierra y la altura inmensa del aire.   Todas  las cosas de tales raíces surgieron; los que serán y las que  fueron".   

    
      Con barro, agua, fuego y una habilidad que le es innata, Bruno Crespo hoy por  hoy  ha conquistado  los mercados artesanales y nacionales e internacionales.   Con  barro, agua y fuego, en una armoniosa empresa  cuasifamiliar,   nuestro amigo enaltece el nombre de la Patria Chica con los objetos artísticos que le logra sacar a la arcilla y al talento.  Arte,  Tradición y mística  se  conjugan  en  sus piezas. Eso si sus piezas cuestan un ojo de las cara. Solo los muy fulleros y los muy platudos le piden botellas personalizadas para envasar su cocuy. Eso no es óbice que Bruno haya colocado  varias de ellas en  los bares particulares de los caroreños  más exquisitos.

   Aunque él no lo sabe; a   este  artesano,  que ya es internacional, podríamos  decir  sin exageración  que  su don, su afán por el barro, su destreza  con las manos, le vienen por una vieja tradición alfarera que viene a conjugarse con la vocación por las cosas sencillas que tienen los auténticos artistas. Bruno en su artesanía incorpora  talento, sencillez y amor por el trabajo para lograr piezas  inigualables y de una belleza extraordinaria. Hasta el  propio nombre  del taller lo delata: Primitivo; una palabra que nos evoca al hombre el neolítico jugando con barro para construir una olla o una figura antropomórfica.

    Bruno Crespo y su taller Primitivo, en Venezuela,  son hoy  sinónimo de arte  y belleza cuando de artesanía se trata.


     Este Torrellero que vive en La Osa  contagia a sus amigos con su amor por el barro. Suele recurrir a la cosmogonía judeo cristina para referirse  a  origen  de  la  humanidad:” Dios hizo al hombre de barro…hacer una pieza de arcilla es un acto creador y divino; como lo hizo el mismo Dios…”  Naguara…  

BRUNO CRESPO

EL ÚLTIMO FAJINERO

Los Pergaminos de Melquíades 
Orlando Álvarez Crespo
El  último fajinero
           La formación de las estructuras económicas en Venezuela  y tras ellas la aparición de las categorías laborales tiene su origen en el complicado proceso colonizador y la aprehensión de la población indígena y afrodescendiente  a través la dinámica de apropiación socio-espacial.  Fue un proceso que se inaugura con la encomienda, el resguardo, la fundación de poblaciones, las misiones religiosas y por otros tipos de tenencia de tierra.  La evolución de la formación socio económica nacional irá dando lugar  al surgimiento de nuevas formas de relaciones laborales entre los agente  productivo siempre en función de las exigencia de un mercado externo. 

     En la larga historia venezolana hubo un figura o institución laboral, la del Concertado, que nace en el proceso de colonización una vez consolidado la conquista del territorio nacional por parte de los españoles y que aun sobrevive en alguna regiones del país en tiempo de “revolución”, desde luego con sus matices que le dan los tiempos actuales.  Los caroreños estamos acostumbrados a escuchar a los más antiguos que “fulano de tal” fue concertado en casa de “Don Cojones Riera Oropeza” dejando entrever  que se desempeñaron en los más ínfimo de la estructura laboral que existía en Venezuela para la primera parte del siglo XX. Incluso así también pareciera dejarlo ver la mayoría de los libros de historia del país. Pero hubo un caroreño, muy ameno, conversador y polifacético, Felipe El Chareto Ferrer que nos hizo una interesante  observación  “histórica”. Estando cierto día el cronista José Adan  hablando sobre los concertados en Carora de quienes decía eran los más bajo en la escala del trabajo en Carora y en el país, intervino su vecino y visitante frecuente de la panadería Felipe Ferrer y le precisó. “Debajo del concertao (sic)  había uno más: el fajinero; y  yo fui fajienero estando muchacho”. “Yo he desempeñado  todos los trabajos que han tenido los pobres en Venezuela: fui fajinero en Carora y hasta jefe de cuadrilla  en el Zulia, redondeaba Ferrer. 

    A la pregunta de Joseito “Felipe y que hacía el fajinero?” Ferrer, previa  precisión que había nacido en 1.908,  se explayó. Refirió que básicamente hacía  lo mismo que el concertao, desde  limpiar algunos espacios, darle comida a los animales vaciar y lavar el discreto en el río, entre otras rutinas. La diferencia con el Concertado que ganaba Uno o dos  bolívares al mes el fajinero, generalmente un muchacho de corta edad,  debía trabajar de gratis para optar  quedar fijo como concertado. Reseñaba Ferrer que el fajinero recibía una ración más pequeña de comida o debía comer  lo que le sobraba al concertado. Fajinero se encargaba además de ayudar a las mujeres en los oficios de la cocina (“quebrar” el maíz, pilao, buscar agua, buscar leña y, entre otros oficios).  El Fajinero de la ciudad tenía su equivalente rural: el Macoreto quien era  un muchacho que servía  de ayudante a los arrieros en la carga y descarga de las recuas". Era como una especie de peaje que se pagaba para llegar a ser arriero. 

        Para consuelo de los pobres, que lo era el 97 por ciento de la población venezolana, el miserable trabajo de fajinero era transitorio. Quizás  ese carácter de  transitoriedad de esta  institución del trabajo doméstico ajeno  sea la causa de que algunos historiadores lo excluyan  al momento de reseñar las instituciones laborales  venezolanas.  Necesario es resaltar que en las primeras décadas del siglo XX, en la Venezuela del interior las instituciones de trabajo eran netamente  relaciones laborales precapitalistas donde el  “patrono”  era dueño de la vida del trabajador, usufructuario del derecho de pernada, con vínculos al poder político, bendecido por la autoridad religiosa y unos tantos adornos sociales que lo revestían de un carácter casi sagrado. 

   La historia de la existencia de los muchachos fajineros en Carora y en otras muchas partes del país donde seguramente recibió otras denominaciones  pudieran causar vergüenza a cualquier lector desprevenido, pero instituciones como esa nos llegaron de la culta y moderna Europa o allí  “gozaron de buena salud”. Dos libros claves y amenos para comprender los niveles de miseria en que se sumergían a menores de edad en Europa  son El Perfume de Patrick Suski y La matanza de los gatos de Robert Darnton. Para fraseando a  Mark pudiéramos decir que la miseria no tiene fronteras.  La desgracia nunca abandona a sus hijos. 

       Felipe El Chareto Ferrer era el segundo  hijo de Trinidad Ferrer, una de las fundadoras del Torrellas allá por el año del 16. Con su esposa Sacramento Mogollón tuvo una modesta prole: Olga, Gilberto, alias Machín, Felipe José, y Omar, además Alberto y Elías Rodríguez. Fue, además de lo indicado, adobero, albañil, carpintero, armador, cazador y otros trabajos más.  Emigró a los menes del Zulia donde se desempeño como maestro de obra  en la construcción de casas para los técnicos norteamericanos de la  Shell.  En los campos peroleros del Zulia, Felipe Ferrer  entró en contacto con las ideas comunistas, con el sindicalismo, con el beisbol y con la gaita. Solidario, de espíritu libertario y constestatario. 

   En su Juventud, Felipe Ferrer trabajó alternativamente entre los campos petroleros y en las más importantes haciendas del Distrito Torres en las cuales solía cazar luego de obtener el permiso de los hacendados. A estos para sus servicios de albañilería y carpintería solía plantearle una oferta bastante atractiva: le haría un descuento en su trabajo si lo autorizaban a cazar en los predios de la hacienda.  Tenía fama de tener una extraordinaria puntería, como todos los Ferrer, y por lo menos dos venados cazaba recuerdan algunos de sus amigos. Mientras estuvo en Carora prácticamente vivió de la cacería. Muchas anécdotas se cuentan de este caballero. Le gustaba mucho el bizcocho…. Este caballero que fue un torrellero por sus cuatros costados y que desde su infancia debió sobreponerse a las dificultades para salir adelante murió una oscura y triste mañana de mayo de  2004 a los 96 años de edad. 
  

   

El Centro de entrenamiento guerrillero en el Torrellas

Los Pergaminos de Melquiades.
El  Centro de entrenamiento guerrillero
Orlando Álvarez Crespo.
   Cuando la izquierda venezolana se engolosina con la idea de que era posible repetir la hazaña de Fidel y sus barbudos de la Sierra Maestra en suelo venezolano, sus militantes más furibundos, llamados por Rómulo “themocéfalos”, se fueron a la montaña con la esperanza de derrocar al gobernó pityanqui de los adecos y de instaurar un régimen comunista tal como lo había soñado León  Trosky.
       Aquí en Carora, como en muchas ciudades del país, existieron focos guerrilleros que causaron cierta preocupación a las autoridades policiales y militares del estado.  Estas células guerrilleras operaban de acuerdo a ciertas prácticas y esquemas organizativos que habían diseñado los bolcheviques  rusos  allá  por  la  primera  década  del  siglo  XX.
     Con miras a entrenar a los camaradas tórrense, en 1961, y en una humilde casucha, propiedad del camarada Ramón Rodríguez,  ubicada en la carrera Calvario entre calles José Herrera Oropeza y Guzmán Blanco de esta ciudad se instaló un centro de entrenamiento guerrillero con miras a preparar para el combate a jóvenes torrenses que se sumarían a las filas Frente Simón Bolívar en las montañas del vecino distrito Morán.  Como toda actividad que requiere un mínimo de discreción y hermetismo en la casa de Ramón Rodríguez cuyo solar  se unía con los predios de una quebrada que facilitaba una eventual estampida en casa de aparecer la DIGEPOL u otro organismo del orden, las puertas y ventanas eran cerradas con un total hermetismo que impedía  la mirada de curiosos mientras se llevaba  a cabo las prácticas militares. Algunos recuerdan que uno de los entrenamientos consistía a enseñar a desplazarse entre los codos y las piernas simulando sostener un arma larga con las manos. Allí se disponían de una docena de fusiles y otras armas de utilería elaboradas con los más  curiosos materiales.
       Algunos  sexagenarios aun recuerdan que aquellos tiempos eran los años en que era frecuente  encontrar “volantes clandestinos” con mensajes  anti-          gobierno o anti aliados del régimen derechista de Betancourt como aquellos lanzados a mediados de diciembre de 1961 con el texto subversivísimo (para entonces) de “FUERA KENEDDY”.  Los torrelleros no se atrevían a tomarlos de buenas a primeras. Tomarlo y leerlos podía traer “graves consecuencias” para los incautos o caídos de la mata. Muchos otros hasta se alejaban de tales volantes… “no vaya a ser que…” Algunos sostienen que Armando La Coca Díaz estaba involucrado en la difusión de tales volantes.
    Los comunistas del Torrellas  tenían desplegada toda una estructura conspirativa y desestabilizadora. Para la fecha que tengo referida se instaló, en la avenida El Cementerio entre las calles Guzmán Blanco y José Herrera Oropeza, frente al antiguo manicomio, una marmolería que era una  mampara más de otras tantas.  Allí llegaron a esconderse, para agosto de 1961, unos trescientos fusiles semiautomáticos M1 Garand, calibre 30 ml; de fabricación norteamericana (Colt). El pintor William Carrasco “descubrirá” luego que eran de  los mismos que salen en la película Rescatando al Soldado Ryan. Se presume que también debió haber, que llegaron por la vía de militares izquierdistas, fusiles FN30, de fabricación belga, usados por el ejército venezolano en los años 60.
     Los Oropeza y sus compinches se dedicaban a la fabricación de niples, bombas y otros artefactos  explosivos. La detonación estaba  a cargo de los más “trincas” y audaces: Tita El Mono Blanco, S. Torbello, El Catalejo,  Man Oropeza; Nenel Ferrer,  Martín Crespo, entre otros.
      De esos camaradas caroreños “entrenados” en Carora, no se conoce nadie  que haya tenido destacada actuación en los campos de batalla de la guerrilla venezolana en aquella época. Sólo un “caroreño” de Río Tocuyo se destacó en la guerrilla venezolana: el Comandante Tirso Pinto que era “una leyenda viviente por su resistencia a la tortura, por jamás haber delatado a nadie y por sobrevivir a las balas que casi lo dejan inválido, discapacitado”.
        Varios camaradas cayeron y sufrieron las consecuencias de conspirar contra el gobierno constitucional y tortura de Betancourt. Por esas cosas  crueles que tiene la vida; cuando ya el país entero comenzaba a transitar el proceso de la Pacificación adelantada por el Gobierno del Dr. R. Caldera, cayeron presos y luego torturados por la DIGEPOL, el nicaragüense Carlos Raúl Irías, Alias El Nica; Marcos Méndez y el dirigente campesino Agustín Álvarez.  Fueron detenidos por el escuadrón anti insurgencia Nº 4 y trasladados en un helicóptero de las Fuerzas Armadas (desde donde los amenazaban con dejarlos caer) hasta la cárcel de Maracaibo. Pagaron condena por 18 meses. Por aquellos años, algunos activistas de la guerrilla caroreña  fueron detenidos y torturados en los calabozos “tigritos” en los campamentos del Teatro de Operaciones que funcionaba en las montañas de El Tocuyo. De eso ni hablan…
    Muchos de aquellos camaradas que sufrieron cárceles por defender la causa comunistas hoy están, en la acera del frente respecto al actual régimen chavista.

     

Checamito, murió buscando agua

Los Pergaminos de Melquiades.

MURIO BUSCANDO AGUA.

Orlando Álvarez Crespo.

                                   “La historia no es la ciencia del pasado, sino la ciencia del Hombre en el tiempo.                               El objeto de la Historia es el Hombre”.
                                                                                                                                                                    M. Bloch.




    La terrible situación de escases de agua por culpa de los malditos gobiernos de Henry Falcón y de Nicolás Maduro nos “permitió” desempolvar la no menos dramática historia de Checamito, un sibilino “caroreño” que se vio obligado a vivir sumergido en las dulces aguas del Morere, y  murió buscando agua mientras abandonaba a Carora.   

    Casi nadie lo conoció por su verdadero nombre; el que aparecía en la Partida de Nacimiento. La gente lo  nombraba con el hipocorístico  inconfundible de Checamito.  Todavía los más antiguos lo  suelen mencionar para apurar a alguien que tarda mucho en la ducha. Es en esta ocasión que suele soltarse la expresión “Que te pasa Checamito”.

  Ahora; ¿Quién era Checamito?... Era un desafortunado cristiano que nació con una extraña enfermedad en la piel y para aliviarse de los terribles y azarosos síntomas debía sumergir su cuerpo en agua.  Sufría de Displacia Anhidrótica Ectodérmica que entre un millón de personas; una puede padecerla. Afecta mayoritariamente a los hombres. De manera pues que padecerla es literalmente estar pagando un karma. Padecerla es estar “salao”  o “nacer estrellado”, pues la misma es hereditaria y congénita.   La Displacia Anhidrótica se caracteriza por la ausencia de glándulas sudoríparas lo que hace que la persona sufra constantemente de calores extremos que pueden terminar en fiebres muy elevadas, convulsiones o infartos hasta que finalmente sobreviene la muerte.   Los síntomas de quienes la padecen se caracterizan por su palidez, escasa cabellera,  frente amplia y desde luego resequedad en la epidermis.  Todas estas características físicas visibles las presentaba nuestro personaje.

      Entre los historiadores venezolanos existe un acuerdo generalizado en afirmar que la explotación petrolera en los “menes” del vecino estado Zulia cambió por completo la vida del país y del estado Lara en particular.  En el caso que venimos refiriendo esto cobra aún mayor vigor puesto que Checamito murió precisamente cuando decidió emprender viaje a los campos petroleros de la Costa Oriental del Lago.

     A finales de la década de los cuarenta del siglo pasado un amigo, vecino de El Calvario, viendo el afán de Checamito de permanecer sumergido en las aguas del río le sugirió que emigrara a los campos petrolero del estado Zulia en cuyas plataformas de explotación, aguas abiertas, de seguro podía ser contratado. Allí se sentiría “como pez en el agua” mientras además de salud ganaría plata. Pero resulta que los peces mueren cuando se tiene largo tiempo fuera del vital  líquido. Eso le sucedió a Checamito.

       Checamito luego de sopesar su fortaleza acuática y su debilidad o su pelaera de bolas, un buen día de enero, emprendió un día su viaje a la región zuliana. Debió hacer un viaje por escalas en función de la disponibilidad de agua donde zambullirse o refrescar su cuerpo siempre acalorado.  Su cuerpo que no estaba acostumbrado a largas caminatas debió acalorarse más de lo normal  y sufrir algunas alteraciones orgánicas y funcionales. La ansiada agua se le hizo escasa, lejana y escurridiza. Aquella situación debió ser desesperante lo cual aumentaba la temperatura de su cuerpo y el desespero de su mente.  En horas de un mediodía de un dilatado verano  caroreño, Checamito convulsionó hasta que finalmente le sobrevino la muerte y Caronte lo paseó por una laguna cuyas aguas no se beben… Murió sofocado por un intenso calor interior estimulado por la temperatura del ambiente y la ausencia de agua. Murió a la altura de un lugar llamado Las Caracaras. Allí fue enterrado. Una humilde crucecita de madera que  existió hasta hace unos treinta años,   rezaba sencillamente “Checamito”.

    Muchos caroreños que hasta ahora nos han dicho que se van para no morir de sed; posiblemente después de leer esta crónica se abstendrán de emigrar de Carora… Y es que los caroreños; unos por vía directo y otros como consecuencia de efectos colaterales vivimos los terribles efectos de la Maldición de Fraile Idelfonso Aguinagalde profetizada sobre Carora a mediados del siglo XIX.


Barrio El Torrellas

Nos aprestamos a la celebración de la fundación de uno de los barrios más emblemáticos de la ciudad levítica de Carora. Son cien años los que han transcurrido desde su creación, enalteciendo el gentilicio caroreño. Sus aportes significativos a la historia local, sus personalidades, dan cuenta del empuje que siempre han tenido los torrelleros. Por tal, la intención de este blog es reflejar todo ese cúmulo maravilloso que es el legado de sus fundadores. Bienvenidos al Blog "Barrio El Torrellas".