Los
Pergaminos de Melquíades
Orlando Álvarez Crespo
El último fajinero
La formación de las estructuras
económicas en Venezuela y tras ellas la
aparición de las categorías laborales tiene su origen en el complicado proceso colonizador
y la aprehensión de la población indígena y afrodescendiente a través la dinámica de apropiación
socio-espacial. Fue un proceso que se
inaugura con la encomienda, el resguardo, la fundación de poblaciones, las
misiones religiosas y por otros tipos de tenencia de tierra. La evolución de la formación socio económica
nacional irá dando lugar al surgimiento
de nuevas formas de relaciones laborales entre los agente productivo siempre en función de las
exigencia de un mercado externo.
En la larga historia venezolana hubo un
figura o institución laboral, la del Concertado, que nace en el proceso de
colonización una vez consolidado la conquista del territorio nacional por parte
de los españoles y que aun sobrevive en alguna regiones del país en tiempo de
“revolución”, desde luego con sus matices que le dan los tiempos actuales. Los caroreños estamos acostumbrados a escuchar
a los más antiguos que “fulano de tal” fue concertado en casa de “Don Cojones Riera
Oropeza” dejando entrever que se
desempeñaron en los más ínfimo de la estructura laboral que existía en
Venezuela para la primera parte del siglo XX. Incluso así también pareciera
dejarlo ver la mayoría de los libros de historia del país. Pero hubo un
caroreño, muy ameno, conversador y polifacético, Felipe El Chareto Ferrer que
nos hizo una interesante
observación “histórica”. Estando
cierto día el cronista José Adan
hablando sobre los concertados en Carora de quienes decía eran los más
bajo en la escala del trabajo en Carora y en el país, intervino su vecino y
visitante frecuente de la panadería Felipe Ferrer y le precisó. “Debajo del concertao
(sic) había uno más: el fajinero; y yo fui fajienero estando muchacho”. “Yo he
desempeñado todos los trabajos que han
tenido los pobres en Venezuela: fui fajinero en Carora y hasta jefe de
cuadrilla en el Zulia, redondeaba
Ferrer.
A la pregunta de Joseito “Felipe y que
hacía el fajinero?” Ferrer, previa
precisión que había nacido en 1.908, se explayó. Refirió que básicamente hacía lo mismo que el concertao, desde limpiar algunos espacios, darle comida a los
animales vaciar y lavar el discreto en el río, entre otras rutinas. La diferencia
con el Concertado que ganaba Uno o dos
bolívares al mes el fajinero, generalmente un muchacho de corta
edad, debía trabajar de gratis para
optar quedar fijo como concertado.
Reseñaba Ferrer que el fajinero recibía una ración más pequeña de comida o
debía comer lo que le sobraba al
concertado.
Fajinero se encargaba además de ayudar a las mujeres en los oficios de la
cocina (“quebrar” el maíz, pilao, buscar agua, buscar leña y, entre otros
oficios). El Fajinero de la ciudad tenía
su equivalente rural: el Macoreto quien era un muchacho que servía de ayudante a los arrieros en la carga y
descarga de las recuas". Era como una especie de peaje que se pagaba para
llegar a ser arriero.
Para consuelo de los pobres, que lo era
el 97 por ciento de la población venezolana, el miserable trabajo de fajinero
era transitorio. Quizás ese carácter de transitoriedad de esta institución del trabajo doméstico ajeno sea la causa de que algunos historiadores lo
excluyan al momento de reseñar las
instituciones laborales venezolanas. Necesario es resaltar que en las primeras
décadas del siglo XX, en la Venezuela del interior las instituciones de trabajo
eran netamente relaciones laborales
precapitalistas donde el “patrono” era dueño de la vida del trabajador,
usufructuario del derecho de pernada, con vínculos al poder político, bendecido
por la autoridad religiosa y unos tantos adornos sociales que lo revestían de
un carácter casi sagrado.
La historia de la existencia de los
muchachos fajineros en Carora y en otras muchas partes del país donde
seguramente recibió otras denominaciones
pudieran causar vergüenza a cualquier lector desprevenido, pero
instituciones como esa nos llegaron de la culta y moderna Europa o allí “gozaron de buena salud”. Dos libros claves y
amenos para comprender los niveles de miseria en que se sumergían a menores de
edad en Europa son El Perfume de Patrick
Suski y La matanza de los gatos de Robert Darnton. Para fraseando a Mark pudiéramos decir que la miseria no tiene
fronteras. La desgracia nunca abandona a
sus hijos.
Felipe El Chareto Ferrer era el segundo hijo de Trinidad Ferrer, una de las fundadoras
del Torrellas allá por el año del 16. Con su esposa Sacramento Mogollón tuvo
una modesta prole: Olga, Gilberto, alias Machín, Felipe José, y Omar, además
Alberto y Elías Rodríguez. Fue, además de lo indicado, adobero, albañil,
carpintero, armador, cazador y otros trabajos más. Emigró a los menes del Zulia donde se
desempeño como maestro de obra en la
construcción de casas para los técnicos norteamericanos de la Shell.
En los campos peroleros del Zulia, Felipe Ferrer entró en contacto con las ideas comunistas,
con el sindicalismo, con el beisbol y con la gaita. Solidario, de espíritu
libertario y constestatario.
En su Juventud, Felipe Ferrer trabajó
alternativamente entre los campos petroleros y en las más importantes haciendas
del Distrito Torres en las cuales solía cazar luego de obtener el permiso de
los hacendados. A estos para sus servicios de albañilería y carpintería solía
plantearle una oferta bastante atractiva: le haría un descuento en su trabajo
si lo autorizaban a cazar en los predios de la hacienda. Tenía fama de tener una extraordinaria
puntería, como todos los Ferrer, y por lo menos dos venados cazaba recuerdan
algunos de sus amigos. Mientras estuvo en Carora prácticamente vivió de la
cacería. Muchas anécdotas se cuentan de este caballero. Le gustaba mucho el
bizcocho…. Este caballero que fue un torrellero por sus cuatros costados y que
desde su infancia debió sobreponerse a las dificultades para salir adelante murió
una oscura y triste mañana de mayo de 2004 a los 96 años de edad.
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