Los Pergaminos de Melquiades.
MURIO
BUSCANDO AGUA.
Orlando Álvarez Crespo.
“La historia
no es la ciencia del pasado, sino la ciencia del Hombre en el tiempo. . El objeto de la
Historia es el Hombre”.
La terrible situación de escases de agua
por culpa de los malditos gobiernos de Henry Falcón y de Nicolás Maduro nos
“permitió” desempolvar la no menos dramática historia de Checamito, un sibilino
“caroreño” que se vio obligado a vivir sumergido en las dulces aguas del
Morere, y murió buscando agua mientras
abandonaba a Carora.
Casi
nadie lo conoció por su verdadero nombre; el que aparecía en la Partida de Nacimiento. La
gente lo nombraba con el hipocorístico inconfundible de Checamito. Todavía los más
antiguos lo suelen mencionar para apurar
a alguien que tarda mucho en la ducha. Es en esta ocasión que suele soltarse la
expresión “Que te pasa Checamito”.
Ahora; ¿Quién era Checamito?... Era un
desafortunado cristiano que nació con una extraña enfermedad en la piel y para
aliviarse de los terribles y azarosos síntomas debía sumergir su cuerpo en
agua. Sufría de Displacia Anhidrótica Ectodérmica que entre un millón de personas;
una puede padecerla. Afecta mayoritariamente a los hombres. De manera pues que
padecerla es literalmente estar pagando un karma. Padecerla es estar “salao” o “nacer estrellado”, pues la misma es
hereditaria y congénita. La Displacia Anhidrótica se
caracteriza por la ausencia de glándulas sudoríparas lo que hace que la persona
sufra constantemente de calores extremos que pueden terminar en fiebres muy elevadas,
convulsiones o infartos hasta que finalmente sobreviene la muerte. Los síntomas de quienes la padecen se
caracterizan por su palidez, escasa cabellera,
frente amplia y desde luego resequedad en la epidermis. Todas estas características físicas visibles
las presentaba nuestro personaje.
Entre los historiadores venezolanos
existe un acuerdo generalizado en afirmar que la explotación petrolera en los
“menes” del vecino estado Zulia cambió por completo la vida del país y del
estado Lara en particular. En el caso
que venimos refiriendo esto cobra aún mayor vigor puesto que Checamito murió
precisamente cuando decidió emprender viaje a los campos petroleros de la Costa Oriental del Lago.
A finales de la década de los cuarenta del
siglo pasado un amigo, vecino de El Calvario, viendo el afán de Checamito de
permanecer sumergido en las aguas del río le sugirió que emigrara a los campos
petrolero del estado Zulia en cuyas plataformas de explotación, aguas abiertas,
de seguro podía ser contratado. Allí se sentiría “como pez en el agua” mientras
además de salud ganaría plata. Pero resulta que los peces mueren cuando se
tiene largo tiempo fuera del vital
líquido. Eso le sucedió a Checamito.
Checamito luego de sopesar su fortaleza
acuática y su debilidad o su pelaera de bolas, un buen día de enero, emprendió
un día su viaje a la región zuliana. Debió hacer un viaje por escalas en
función de la disponibilidad de agua donde zambullirse o refrescar su cuerpo
siempre acalorado. Su cuerpo que no
estaba acostumbrado a largas caminatas debió acalorarse más de lo normal y sufrir algunas alteraciones orgánicas y
funcionales. La ansiada agua se le hizo escasa, lejana y escurridiza. Aquella
situación debió ser desesperante lo cual aumentaba la temperatura de su cuerpo
y el desespero de su mente. En horas de
un mediodía de un dilatado verano caroreño, Checamito convulsionó hasta que finalmente
le sobrevino la muerte y Caronte lo paseó por una laguna cuyas aguas no se
beben… Murió sofocado por un intenso calor interior estimulado por la
temperatura del ambiente y la ausencia de agua. Murió a la altura de un lugar
llamado Las Caracaras. Allí fue enterrado. Una humilde crucecita de madera
que existió hasta hace unos treinta
años, rezaba sencillamente “Checamito”.
Muchos caroreños que hasta ahora nos han
dicho que se van para no morir de sed; posiblemente después de leer esta
crónica se abstendrán de emigrar de Carora… Y es que los caroreños; unos por
vía directo y otros como consecuencia de efectos colaterales vivimos los
terribles efectos de la Maldición de Fraile Idelfonso Aguinagalde profetizada
sobre Carora a mediados del siglo XIX.
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