Los Pergaminos de
Melquiades
Los Espantos de Carora.
Orlando Álvarez Crespo.
Carora, como toda ciudad católica
regida moralmente por los principios del siglo XIII, desde sus orígenes mismos,
sufrió los embates de los espantos, ánimas penitentes, seretones y toda una
serie de entelequias paranormales. Desde
los años fundacionales se tienen noticias de la aparición del mismo Diablo a un
sacristán llamado Pedro de Hungría quien sería el primero en ser asustado por
el Diablo de Carora. Muchos espantos debieron ver o percibir las hermanas
Juanita e Inés de Hinojosa, adúlteras y asesinas; Don Pedro de Aviles, vicioso y traficante;
Juana Torralba, cocinera, marañona y bruja; y el mismo Salamanca, genocida
(Chávez dixit) y mentiroso.
Gran furor debió causar en toda la pequeña y
beata ciudad lo acontecido la mañana del 13 de mayo de 1781, cuando Don Luis
Francisco Álvarez y Oviedo, Justicia Mayor de la ciudad, presenció que siete
monjes velaban el cadáver de un hombre en la Iglesia Mayor. Al
afinar la visión Álvarez y Oviedo, pudo constatar que el muerto era el mismo. Después de dar a conocer la “noticia” a sus
allegados, se confesó como prescribe la Santa Iglesia en
estos casos, e hizo lo que le recomendó
el superior del Convento de Santa Lucia. Al día siguiente ya a las diez de la
mañana, Don Luis estaba muerto. Después de ello siguió una sobredosis de rezos
y penitencias. Alvares y Oviedo vivía a la sazón en la casa de balcón de la
calle Comercio esquina de la
Carabobo. Esta casa se ha conocido con los nombres de casa de
Los Adivinos y Casa del Agachao. Hermán
Pernalete Madrid que es muy sensible a los fenómenos paranormales fue espantado
más de una vez cuando recién casado le
tocó vivir allí.
Muy próximo a la casa de Los Adivinos, hacía el oeste, donde hoy
funciona un Laboratorio, existió una
vieja casa que en tiempos remotos se decía era el lugar con mayor presencia de
espantos. A mediados de 1962, como
consecuencia de la audiencia de extraños y tenebrosos ruidos metálicos sus
moradores excavaron profundas fosas en búsqueda de un “bendito (o maldito?)
dinero enterrado. Pero en lugar de tan deseado oro cochano solo se encontraron
media docena de osamentas de niños. Para la fecha la casa era habitada por una
costurera de Coro, Doña Cándida López. Aunque la familia López dijo no haber
encontrado dinero enterrado quedó la duda porque su hijo Aníbal, el
ajedrecista, logró comprar uno de los carros último modelo que aún conserva. En
general, alrededor de La casa de Los Adivinos, los caroreños sintieron siempre
la presencia de almas penitentes. Por allí quedaba la Cárcel Real y el
primer Hospital de la ciudad. Muchos buenos cristianos, de seguro, debieron
morir torturados por las fuerzas del orden y otros tantos abandonaron este
mundo sin confesión. Esos hombres así muertos dejan sus almas en penitencia merodeando
y perturbando el mundo de los vivos. Igual se dice de las inmediaciones de La Zulianita , otrora
espacio del cementerio de los colerientos de 1866, en el cual enterraban a los
enfermos aún con vida para evitar el contagio. ¡Enterrar seres humanos aún con
vida debe traer alguna consecuencia¡ Por eso
quizás es que Telle Crespo, 140
años después, veía una mujer en el solar de La Chuenca.
Muchos
y muy perturbadores espantos sentían los caroreños que de noche caminaban por
el camino hacia Aregue. A la altura de El Rosario los más antiguos afirman
haber escuchado el vaciado de monedas metálicas. Tal espanto solo desaparecía
con la profusión de insolencia y malas palabras.
Cuando allá por 1920 empieza a consolidarse Pueblo Nuevo, hoy Barrio
Torrellas, hacía las nuevas coordenadas de aquel nuevo espacio vital se mudaron
también los viejos espantos de El Calvario, del rectángulo principal de la
ciudad, Lomo e Perro, El Taquito, etc. Así entonces los primeros pobladores del
Torrellas fueron víctimas del terror que infundía bien el Espanto de la Hamaca y el Espanto de las
Playas del Río. El primero azotaba a
arrieros y cazadores, siempre tirados a guapos y arrechos. Salía por los lados de Campo Lindo, Tierritas
Blancas y El Chuquito. El Cazador o el arriera veían que dos figuras humanas
transportaban a otro dentro de una gran hamaca, simulando algún enfermo. Cuando
el cazador preguntaba “y a quien llevan ahí? Una diabólica voz le respondía “llevamos a fulano” coincidiendo
el nombre con el de quien había preguntado.
A la margen derecha del Morere, en las noches, se escuchaban pisadas
sobres las ramas y hojas secas. Este al
parecen era un espanto chaperón o pajudo, como dicen hoy, pues le salía a las
jóvenes parejas que se iban a entregar a los brazos de Afrodita.
Contaba Don Chimo Mogollón, el torrellero con record de longevidad,
vivió 125 años, que por la hoy calle Ramón Pompilio Oropeza solía pasar a altas
horas de la noche una “carreta” o mejor dicho se oía el ruido característico de
una carreta que se dirigía hacia los lados de Campo Lindo. Tal “artefacto” al
parecer venía de los lados de la “ciudad”. Igual se dice que para la misma
época, años 20 - 50, se sentía pasar una puerca gruñona. Se le veía salir de
las inmediaciones de la casa de Los Curieles, atravesaba El Torrellas, tornaba
hacía el sur-oeste hasta perderse donde hoy tiene levantada la casa la
profesora Libia Suárez, en Lito Arenas.
Pero los terrelleros también eran (o son’) espantados cuando salían de
su barrio. Arrieros y cazadores más de una vez fueron asustados en el trayecto
que se recorre entre Campo Lindo a Gordillo, pero sobre todo en el tramo de la Playa de Pérez. Cuentas los
viejos que por allí las mulas se inmovilizaban y no había espuelazo ni fuerza humana que la hiciera mover. Tal
extraña situación sólo era superada con rezos, oraciones y padres nuestros.
Hasta los cazadores comunistas se han asustado en las silenciosas noches de
cacería donde varias veces hasta las rastras de los caminos han desaparecido
para aparecer ya con la luz de la mañana. Vale Mario, Arturo Querales y
Valentín Ferrer más de una vez sintieron la extraña presencia de tales
espantos.
Otras versiones sostienen que en el callejón Las Tres Torres, detrás de la Planta Eléctrica ,
se oía llorar a una mujer; La
Llorona. “…Y por hay si
viven flojos” dice un cronista que pidió el anonimato.
Muchas casas solían enterrar, previa bendición, una cruz para ahuyentar la presencia de la Mujer Blanca. Los
que pasan del medio cupón (50 años) recuerdan la cruz del solar de la casa de
Mera Carrasco, en la calle Las Brisas, la
de la casa de Marlen Duno, en la
Torrellas , en el
Centro Torrellas (que tiene doble propósito). El Torrellas estaba sembrado de
cruces anti Mujer Blanca como está sembrada la frontera israelí de batería
antiaéreas. Por supuesto en la época cuando salía La Llorona o cualquier
espanto nadie o casi nadie se acostaban después de las nueve de la noche.
Más cercano en el tiempo son “otros”
espantos o en todo caso sus versiones modernas.
Allá por 1962, cuando venía de la Plaza Bolívar , el
joven Juan José Salazar, hoy
dedicado a estudiar los huesos de los
muertos más antiguos, vio a una bella mujer que a medida que trascurría el
tiempo se iba engrandeciendo. La vio muy cerca de su casa de la Contreras. “Por ese
pedacito” se siente unas vainas extrañas”, nos dijo una vez Gonzalo Crespo; que
de eso sabe.
Los seretones o entes como se les llama en la
cultura nórdica no son propiamente espantos (aunque que espanten). Pertenecen a
una categoría especial de fenómeno paranormal. Estamos ”torturando” algunos
informantes para tratar de escribir
sobre ellos en Carora.
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