domingo, 3 de julio de 2016

Armando La Coca.

Armando La Coca.
Orlando Álvarez Crespo.



       En el populoso barrio Torrellas vivió  un caballero que fue todo un singular personaje. Aún muchos vecinos y coterráneos le recuerdan con cariño.

       Armando José Díaz, popularmente conocido como La Coca,  debió haber nacido a finales de los años treinta o al comienzo de los cuarenta del siglo pasado. En su juventud militó en las filas del Partido Comunista de Venezuela donde adquirió el dominio de la palabra. Era un pico e plata y activo agitador en la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Con el ascenso de Acción Democrática al poder, La Coca, como todo comunista, se convirtió en un acérrimo crítico del gobierno de Rómulo Bantancourt, e incluso llegó a sufrir persecuciones de la extinta DIGEPOL.  Dicen que solía enconcharse en el horno que tenía Carmelita, su madre, para hornear las cucas. Se distinguió por cuidad su apariencia personal. Fue  todo un gentleman. Fue una excelente Primera Base aunque nuca pudo  jugar con el Torrellas B.B.C debido a su temperamento muy volátil.

       Pero es en el campo existencial y laboral donde La Coca Díaz acumuló las más insólitas anécdotas.  Se dice que una vez logró fundar un sindicato de desempleados, cosa en la cual solo le antecedía Vladimir I. Lenín.  Movilizó a unos cuantos desempleados y logró causar cierta resonancia en la ciudad.  Jesús Morillo Gómez, a la sazón amo del poder y de la ciudad, lo llamó a negociar. Le ofreció un empleo como placero    ( todo un ñemeo). Díaz se negó a aceptar tal propuesta. Morillo insiste y presiona. Ante la insistencia de Morillo Gómez, Armando La Coca toma fuerza y le espeta. “Que bolas tienes tu Morillo; tantos seguidores que tengo ahí afuera y me quieres dar el trabajo a mí. Tu lo  que quieres es dejar el movimiento acéfalo…”  Y es que Armando Díaz sabía que la palabra trabajo deriva del latín “tripalium”, tres palos, que era un antigua instrumento de tortura.

         Cierta o no la anterior anécdota se la atribuía a La Coca  y desde entonces, o anterior a ello, adquirió una indeleble fama  de esquivo al trabajo rudo. Sin embargo se desempeñó como pregonero de Tribuna Popular, del Diario Crítica de Maracaibo y finalmente del Diario de Don Antonio, como decía el mismo.

     Cuando rendía tributo al dios Baco, La Coca sufría una especie de transmutación kafkaiana, pero al revés. Se le olvidaba su origen humilde y sus ideas comunistas, se quitaba el apellido Díaz al estilo Pablito Arapé; y se colocaba los apellidos de las familias tradicionales de Carora.
   Con el paso del tiempo, cuando la ola neoliberal privatizadora parecía  imponerse sobre la faz de la tierra,  Armando La Coca abandonó  definitivamente  sus ideas comunistas.  Adoptó los vicios  y debilidades del capitalismo depredados: la lotería, las apuestas del  5 y 6, la bebida, etc.  Dicen en  La Barranca que de tanto hablar  y gesticular sobre el dinero se les borraron las huellas dactilares del índice y del purgar de tanta frotación sistemática que simulaba un tic nervioso.

         Finalmente sus creencias eran una extraña mezcla de mercantilismo salvaje  y lo que hoy se llama Auto ayuda. La Coca creía, por ejemplo, que la única esperanza de los venezolanos pobres era la Gaceta Hípica.  Desarrolló toda una teoría sobre la fortuna  y la suerte. Decía por ejemplo que las ánimas de los ricos  eran más seguras a la hora de pedir intermediación divina en las cosas inciertas.” Los pobres tienen mucha energía negativa, se le solía escuchar. Cuando sellaba un cuadro del 5 y 6, que lo sellaba sobre la tumba de Germán Herrera G, lo presentaba ante el Corazón de Jesús de una de las casas de la oligarquía del barrio. Todo ello para cargarse de energía y vibraciones positivas. Las ánimas de los hombres de fortuna tenían más facilidad para interceder en los oscuros e inciertos caminos de la fortuna, para hacer fluir la riqueza y la proferida. Algo muy parecido postula la nueva metafísica de la Auto Ayuda.




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