sábado, 2 de julio de 2016

Una mujer, un icono, una identidad.

                                                                                           Orlando Álvarez Crespo.



      El Torrellas como toda comunidad antigua tiene su iconografía. En lo que respecta a la parte femenina, los torrelleros admiramos y llevamos en nuestros corazones a Micaela Crespo, a Doña Pura Barrios, a Sara Crespo y a Emérita Ramos, entre otras.
     Emérita Ramos nació en Carora, detrás de la antigua CAPEC, un lunes  22 de  Septiembre de 1913, aunque se creyó erróneamente que había venido al mundo en el mes de diciembre. Era hija de Rosario Ramos y de  Ramoncito Torbello. Nació y vivió si infancia en una casita ubicada hacia el suroeste de El Calvario. Allí estaba la niña Emerita cuando en una oscura noche de noviembre de 1916 las aguas del Morere tocaron sus puertas y de las cuales se salvó milagrosamente. Sería esta inundación la que daría origen a la fundación de Pueblo Nuevo  del cual será una de sus fundadores más apreciados. Nuestra querida Meca Ramos (como la conocimos popular y cariñosamente) nos comentó una vez que ella tenía muy buena salud, gracias a la leche de cabra con que fue alimentada en  sus primeros años (y de allí si apodo de La Meca) y que se le había escapado a la muerte en tres terribles ocasiones no sabía a qué ángel guardián y protector.
   “Cuando se salió el río en el 16 –recordaba La Meca- mi mama (sic) me encontró adentro del agua. Me escape de vainita. Esa fue la primera vez  que sobreviví a una tragedia…” Apenas año y medio  más tarde, en 1918 todo el territorio nacional fue devastado por una apocalíptica invasión de langostas como la que refiere el segundo profeta menor Joel.  Esos devoradores insectos se abalanzaron sobre las plantaciones y humanos causando  cuantiosos e irreparables estragos. Refiriendo aquel desastre natural, La Meca Ramos recordaba haber visto aquellos proféticos ortópteros desojando los guayabos y otras plantas y carcomiendo la pendeja cabeza  de algún inofensivo cristiano caroreño. En nuestra ciudad apenas deben quedar una docenas de cristianos que recuerden o tengan noticia fresca de aquel catastrófico suceso. Según La Meca ella vio el paso cercano de las langostas sin ser víctimas de esos animales que comían de todo.
     A partir de octubre de 1918, Venezuela entera estuvo de luto como  consecuencia nefasta de los estragos de una pandemia que llegó del viejo mundo, conocida mundialmente como La Gripe Española. Se calcula que esta pandemia, entre el bienio de 1918 – 1920, causó la muerte de más de Ciento Noventa millones de personas en todo el mundo. En nuestro país murieron a consecuencia de la Influenza Virus A H1N1 alrededor de cincuenta mil personas incluyendo a  Alí Gómez, el hijo predilecto del General Juan Vicente Gómez, En aquella ocasión, para 1919, las autoridades locales de Carora habilitaron  un campamento médico en un terreno adyacente a la Planta Eléctrica de Carora, muy  próximo a la casa donde vivía La Meca Ramos de apenas seis añitos de edad. “El Degredo”, tal como se le llamó al improvisado hospital,  más que para curarlos a los infectados se les depositaba allí no tanto con el propósito de curarlos  sino más bien de aislarlos y crear así una especie de cerco sanitario para evitar su propagación. A los pacientes víctimas del mortal  virus se le suministraba una especie de atol con quinina y un coctel de antibióticos. Para la época no se sopesó, al menos en Carora, la gravedad y lo contagioso que era dicha gripe y quizás por ello no se extremaron las medidas sanitarias del caso.  La pequeña Emérita con escasos  seis años de edad llegó, en más de una ocasión a sopetearse los atoles que dejaban los infectados de Afluenza y sin embargo no llegó a padecer  esa terrible y dolorosa  enfermedad. Refiriendo este acontecimiento vital, La Meca Ramos decía “Yo soy muy fuerte, no me enfermé ni cuando me daban a beber los atoles de los griposos. Será porque me alimente con leche de cabra y con carne de iguana…”  y redondeaba : “ Yo me le he escapado tres veces a la muerte y aquí estoy, no joda, con ochenta y picote de años de edad jodiendo la pita, y no me da ni gripe, ni me caen cochocos…”. Cierto es que nuestra querida Meca tenía un temperamento jovial, siempre alegre, y nunca se le conoció algún padecimiento que la tumbara en cama.
  Y la Meca Ramos estaba  consciente y agradecida del respeto y el cariño que le tributábamos todos los torrelleros que la conocimos. Pues el barrio Torrellas que lleva la pasión del beisbol desde sus años  fundacionales, en su ethos, como dirían Aristóteles, aprendió a querer a La Meca por ser ella, allá por 1 945,  la mujer que confeccionó el primer uniforme de la Leña Verde, y además le dio al Torrellas BBC a su hijo Francisco La Meca Ramos y una de las fanáticas más entusiasta del   equipo. Esta mujer fue una especie de madrina sentimental vitalicia del Torrellas BBC; un icono y una identidad.
   Emérita Ramos  es la madre del pelotero y profesor Francisco Ramos, de Carmen Lucila, de Luisa Margarita, de Rosalina,  y de Gladis Josefina, vecina de este cronista.  Sus años finales se dedicó a  jugar pericón y otros juegos de naipes. Y jugaba alas barajas de manera “caribe”, fintaba, hacer creer tener el cinco de oro, el mono, la ñema o cualquier otra carta comodín según fuera en caso.

      A La Meca Ramos la sorprendió la muerte cuando ya tenía una  centuria de existencia. La  última vez que se le escapó a la muerte fue cuando salió expelida de una vieja unidad de transporte o “maisi-taisi” de los que trajo Augusto Pereira en 1972.    Y  aunque ya no está físicamente  entre nosotros la seguimos recordando con el afecto y el cariño que se le tributa a los pioneros. Han pasado ya 103 años… Un siglo no es nada pudiéramos decir parafraseando a Gardel. La recordaremos por siempre y vivirá en el recuerdo que le trasmitimos a las nuevas generaciones.

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