sábado, 2 de julio de 2016

Un Brujo guerrillero



Orlando Álvarez Crespo.

     En realidad debería ser una contradicción in terminis  ser guerrillero venezolano en los años 60 – 70 y al propio tiempo ser brujo. Y es una contradicción porque la guerrilla venezolana era de corte marxista; esto es, basada en una episteme, en una filosofía esencialmente racionalista y materialista. El marxismo parte de un principio básico que sostiene  que todo lo que existe o es; existe a partir de la materia, de sus manifestaciones fenoménicas y de su evolución. Esto es un principio filosófico  y epistemológico del marxismo; mientras que la creencia en la brujería (o algo parecido)  supone, da por válido,   que es posible  la presencia de seres  y/o objetos  o la ocurrencia de fenómenos a partir de cosas inmateriales o sobrenaturales.

     Una vez, por cierto, discutiendo sobre ese tópico con el controversial Jorge Alonso Almarza (Q.E.P.D) éste resolvió tal contradicción con una salida muy almarziana: “Bueno, Vale, esas son las adaptaciones que hay que hacerle al marxismo en América Latina”… Pero marxismos y brujería son conceptos contradictorios y mutuamente excluyentes.

     Aclarado este punto, pasamos a referir nuestra crónica caroreña de hoy que creemos merecía una aclaratoria.  Cuando la izquierda venezolana se convence de que hay que tomar la vía armada, irse a la montaña; sus correligionarios locales también hacen lo propio.  Se “enconchan” por las inmediaciones de Los Cuevones, Las Palmitas y Pie de Cuesta.

    En las zonas “guerrilleras” había de todo, y de TODO en los términos juanpererianos. Inclusos los guerrilleros locales tenían su propio brujo que no sabemos si era más brujo que médico o más médico que brujo. Tenía fama de ser un hombre guapo y resteado. Los “thermocéfalos” locales no solo contaban con los servicios médicos básicos y con la ayuda espiritual-existencial del brujo sino que disponían de los útiles y oportunos servicios  informativos de la camarada Teresa Pereira, una luchadora del PCV, hoy casi olvidada por los revolucionarios de nuevo cuño. Esta humilde y testaruda campesina (que marchaba los Primeros de Mayo con la Bandera del PCV cuando este partido estaba proscrito)  era quien ponía en manos de los guerrilleros las medicinas, libros y alguna comida. Y desde luego “dateaba” cunado había un rumor de operativos de los fuerzas anti subversión.

    La otra persona, ya lo dejamos entrever, era también  muy útil. Era el camarada Alcides Fernández (también lo conocían como Alcides Montilla), estudiante aventajado de medicina que no logró titularse por “no sabemos porque”. Por la Academia, dominada la medicina alopática y por su genio y herencia conocía los mejores secretos de las Ciencias ocultas, de la Ciencia de Ptolomeo y los antiguos sabios egipcios. Montilla tenía una extraordinaria reputación  como curador y curandero de las enfermedades de la piel, enfermedades estomacales y otras.  Aún algunos viejos burócratas otrora guerrilleros lo recuerdan con nostalgia cuando son víctimas de los sabañones que no les vale ni el Canesten. Los hongos en los pies eran muy frecuentes en los guerrilleros por el hecho de andar ellos siempre enzapatados.  Alcides los combatía solo con hierbas de la zona y por si acaso los rezaba.

    Pero la más espectacular e increíble ayuda que Montilla brindaba a los “combatientes” era un trabajo con el cual lograba la invisibilidad (que es un proyecto reciente del Pentágono norteamericano). El hacía que sus amigos pudieran escapar el cerco o la captura por parte del Gobierno mediante una oración que debía ser repetida al pie de la letra por la persona en cuestión.  ¿Cómo? Cuando la visualización de un camarada era inminente de parte de la policía, Montilla al estilo de los sabios sacerdotes del Faraón, lograba hacerlo invisible con rezar una oración mágica.

    Demás está decir que este hombre  era todo un experto curando o atendiendo las mordidas de serpientes, las picaduras de insectos extraños, dolores, vómitos, etc. De este personaje perdimos las pistas hace tiempo; vagamente lo recordamos en las reuniones del MIR, con su figura desaliñada y conduciendo un “fiel” escarabajo Volfwagen de fabricación alemana todo destartalado, pero nunca se accidentaba. Llegó a establecer un consultorio en Carorita.


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