sábado, 2 de julio de 2016

El hombre que anunciaba la navidad.

El hombre que anunciaba la navidad.

                                                                       Orlando Álvarez Crespo.

La navidad no solo es la conmemoración del nacimiento del hijo de Dios sino que  cada navidad en particular es un re-encuentro con las familia, con el terruño donde nacemos o están los seres queridos. En cada pueblo la navidad tiene un significado especial y único porque permite volver a los tiempos primeros siempre nostálgicos. La navidad en cada pueblo o en alguna zona particular de éste adquiere su propia fisonomía.

Así como en Macondo, el pueblo escenario de Cien Años de Soledad, un centenar de mariposas amarillas  anunciaban la presencia de Mauricio Babilonia, el mecánico galante y amante clandestino de Remedios Buendía; en el barrio Torrellas de Carora Marcos El Chirre anunciaba con su cuatro y su vozarrón la llegada de la Navidad. Hasta hace escasos tres lustros Marcos Álvarez en la primera semana de noviembre se armaba con su resistente  cuatro, su inconfundible voz y un impelable litro de ron “Siquisique” y al mismo tiempo que de las casonas cercanas a la Benéfica salía una agradable aroma a café recién colado llegaba El Chirre a cantar aguinaldos, gaitas zulianas y un par de pegajosas melodías populares. Se instaló definitivamente en nuestra ciudad luego de su estadía en Caracas.

     Marcos El Chirre Álvarez Pinto, era un típico torrellero. Nació el 16 de enero de 1936. Su madre, una coriana que también había emigrado al Zulia se llamaba Flor Pinto.  Su padre Pablo Félix Álvarez conocido popularmente como El Chirre Viejo. Ya antes y desde muy joven, en busca de nuevos horizontes vitales y para no ser peón en los latifundios caroreños, había emigrado en busca de mejores horizontes su pariente Titota Álvarez, su tío abuelo y  fundador de la saga bullanguera de los Nicolaseros.  Fue también Titota quien trajo del Zulia la pasión por la gaita zuliana. Aquí fundó un conjunto aguinaldo-gaitero que no tardó en ser emulado por los torrelleros primero y luego por otros caroreños.  

    Marcos El Chirre se instalaba bien temprano en La Benéfica. A ésta llegaba cuando el aroma del café de las casonas de la aristocracia del barrio impregnaba el ambiente y ya algunos se dirigían a donde Fausto Meléndez a tomar su cafecito mañanero. En escasos minutos ya Marcos tenía su público y es que en La Benéfica siempre ha habido gente desde muy tempranas horas de la mañana tal como lo expresara Beto Oropeza en un olvidado verso que se llevó el viento.   

 En las frescas mañanas próximas a la navidad cuando algún vecino yendo a la pulpería de Nicanor Graterol o a la de Requena Crespo escuchaba la recia voz de El Chirre entonando un aguinaldo  o una gaita, solía soltar la frase “ah mundo llegó la Navidad…” Y fue que El Chirre asumió el anuncio anticipado de la  Navidad como un ritual religioso. Cantaba El Chirre las gaitas con su voz, su viejo cuatro y su corazón. Y es que este humilde caballero sentía pasión por la gaita porque ésta estaba asociada a los años dorados de su juventud cuando en los campos petroleros ganaba plata, jugaba beisbol y era comunista. Se identificaba bastante con las gaitas de contenido social o de protesta  como algunas de Ricardo Aguirre.  Un énfasis especial hacía en las frases “Maracaibo marginada y sin un real… cómo te puede pasar….” O en “un pueblo noble y creyente te reclama…” o “cómo es posible que el Papa le quite la santidad…” A veces solía rematar con una frase extra melodía:” los adecos son unos coños  e madre…”

     En otras épocas del año, cuando “rompía la tapara” olvidaba un poco las gaitas y entonces cantaba melodías de arrabal, boleros y otras de género romántico. Su canción predilecta era “Regalo de Amor” de Oswaldo Gómez, El Indio Araucano.

     En el ínterin que mediaba entre una y otra gaita, El Chirre solía recordar alguna vivencia en los menes o bien referir un dato sobre una gaita en particular. Tenía muchas historias para contar aunque era un poco reservado. Había nacido allá por 1935. En el Zulia fue boxeador de los buenos. Los más antiguos recuerdan la famosa pelea donde knockeó a Nato El Burro en el botiquín de Juancho Rodríguez. En los años sesenta cuando vivió en Caracas trabajó inicialmente como albañil y buhonero llegando a ser Presidente de los Vendedores Ambulantes de Caracas.  Vivía en un hotel en El Silencio, frente a la Plaza Miranda.

      Demás está anotar que todo ese ritual musical estaba  sazonado con una pendeja botella de ron o  cocuy. Pero no había cosa que ofendiera más a El Chirre que un amigo bebiera más de la cuenta o se echará un trago largo cuando él se lo invitaba. Era cuando con facilidad soltaba una de esas palabrotas que no escribo por censura mediática a la vez que miraba el nivel de aguardiente.
    
       La voz de El Chirre se silenció en una triste tarde del 11 de abril de 2006. Se murió Marcos y se acabó la navidad. No hay ni siquiera taras negras ni Mauricio Babilonia. Ahora solo queda un vulgar comercio de baratijas que se hacen desechables al día siguiente del Feliz Año. Ya no hay pesebres ni aguinaldos ni gaitas buenas. “Ni siquiera las gaitas de las locas de Simón ahora que hay más locas que nunca” dice con nostalgia Omar Perozo el tamborero de Los Cardenales.
    

 Algunos torrelleros amigos aún le recuerdan fungiendo  de  cocinero en la preparación de un gustoso sancocho que al estilo de los primeros pobladores de Pueblo Nuevo se solía compartir en la Placita que hoy honra la memoria del Presidente de estado (1916) Diógenes Torrellas Urquiola.  El Torrellas se edificó bajo la modalidad solidaria de la cayapa: el propietario de la futura casa cubría los costes de los materiales y los vecinos ponían el trabajo, el sancocho y el humor.

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