sábado, 2 de julio de 2016

Con la muerte no se juega.

Con la muerte no se juega.
Orlando Álvarez Crespo.






               A comienzos de la última década del siglo XIX, un caroreño principal, Don José Feliz Álvarez Urrieta, padre del Dr. Julio Segundo Álvarez García (1874 – 1910), propuso la construcción de un nuevo cementerio municipal para Carora en virtud de que el “viejo” cementerio de El Jardín de los Recuerdos, de 1865, el que fuera “patroleado” por ordenes de Jesús Morillo Gómez, en 1971,  estaba prácticamente lleno.  En 1894 se crea un Junta Municipal del Cementerio y se  inician los trabajos de construcción del nuevo cementerio en las adyacencias lo que se conocía como Playa Las Cuerdas. En él trabajaron afamados carpinteros y maestros de obra de Barrio Nuevo y El Calvario entre quienes podemos mencionar a Sergio Torres, Rafael Chávez, Rafael Oviedo, Luciano Lacruz, Etasnilao Riera y sus hijos, los hermanos Álvarez (Felicio, Encarnación, Eduardo y Ramón), Efigenio Rojas, Pedro Barrios, Fidel Samuel, Sixto Quintero, Lino Mosquera y Rafael Piña, entre otros.
    Para la época era Jefe Civil del Distrito Torres el General Juan José Álvarez Arroyo y puso mucho empeño en la culminación de la obra. En aquella mañana del 05 de mayo de 1895, día de la inauguración,  estaban presentes los representantes de las “fuerzas vivas”, vecinos y obreros de la obra. El discurso de orden correspondió al Dr. Ramón Pompilio Oropeza quien se refirió a las “ventajas” del nuevo camposanto del culto a los muertos en la Antigüedad, del significado de la muerte y del cementerio para los cristianos, y termina agradeciendo y elogiando a todos aquellos que hicieron posible “este cuadrilátero que ha beberse nuestras lágrimas  y que ha de transformar nuestros  huesos en polvo”.   En realidad aquel cementerio inicial se reducía al zaguán de entrada, un altar,  unas pocas medias paredes y una rudimentaria cerca de alambre. En la entrada se colocó una placa de bronce con la inscripción “Ego sum qui sum. Éxodo, 3:14” que solía repetir Don Juan Peroza cuando se echaba los palos.
  Al final del acto inaugural del “nuevo” cementerio, uno de los allí presentes Amado Ramos, de quien casi no se tiene información,  preguntó  en  tono socarrón “¿Quien será el primer pendejo que van a enterrar aquí?”. Aquellas palabras parecieron salir de la boca de un personaje de Sófocles, pues  “aquel primer pendejo” fue precisamente quien había lanzado la pregunta al aire. Al abandonar el cementerio se fue a libar aguardiente y a jugar a los dados (muy posiblemente a un “garito” ubicado en El Yabal”) donde en medio de una acalorada discusión         el joven impertérrito Pedro Carmona Álvarez, de 19  años,  le asesta una mortal puñalada en el corazón.   Este  Pedro Carmona era el padre de Pedro Carmona Figueroa (quien vivió más de un siglo), padre del empresario Pedro Carmona Estanga célebre por ser la cara visible del curioso y último golpe de Estada acontecido en Venezuela.
    Pedro Carmona Álvarez al parecer no fue enjuiciado por la muerte de “aquel pendejo” que  aquel 5 de mayo Tanatos lo señaló con su dedo índice al preguntar por el primer tributario del nuevo cementerio. Fue enterrado  en la mañana del 6 de mayo de ese año. La tradición oral se encargó de mantener viva su memoria  hasta hace poco. Su tumba fue “descubierta” una mañana del 3 de febrero de 1962, hace exactamente 53 años. El Diario de Don Antonio reseñó  aquello como un acontecimiento histórico.

   Este cementerio inaugurado en 1895 por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza y Amado  fue “clausurado” oficialmente por Franklin Piña, el 5 de mayo de 2001, durante la Administración del Alcalde Javier Oropeza, porque “estaba hasta la copita”.

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