Con la muerte no se juega.
Orlando Álvarez Crespo.
A comienzos de la última década del siglo XIX, un caroreño principal, Don José Feliz Álvarez Urrieta, padre del Dr. Julio Segundo Álvarez García (1874 – 1910), propuso la construcción de un nuevo cementerio municipal para Carora en virtud de que el “viejo” cementerio de El Jardín de los Recuerdos, de 1865, el que fuera “patroleado” por ordenes de Jesús Morillo Gómez, en 1971, estaba prácticamente lleno. En 1894 se crea un Junta Municipal del Cementerio y se inician los trabajos de construcción del nuevo cementerio en las adyacencias lo que se conocía como Playa Las Cuerdas. En él trabajaron afamados carpinteros y maestros de obra de Barrio Nuevo y El Calvario entre quienes podemos mencionar a Sergio Torres, Rafael Chávez, Rafael Oviedo, Luciano Lacruz, Etasnilao Riera y sus hijos, los hermanos Álvarez (Felicio, Encarnación, Eduardo y Ramón), Efigenio Rojas, Pedro Barrios, Fidel Samuel, Sixto Quintero, Lino Mosquera y Rafael Piña, entre otros.
A comienzos de la última década del siglo XIX, un caroreño principal, Don José Feliz Álvarez Urrieta, padre del Dr. Julio Segundo Álvarez García (1874 – 1910), propuso la construcción de un nuevo cementerio municipal para Carora en virtud de que el “viejo” cementerio de El Jardín de los Recuerdos, de 1865, el que fuera “patroleado” por ordenes de Jesús Morillo Gómez, en 1971, estaba prácticamente lleno. En 1894 se crea un Junta Municipal del Cementerio y se inician los trabajos de construcción del nuevo cementerio en las adyacencias lo que se conocía como Playa Las Cuerdas. En él trabajaron afamados carpinteros y maestros de obra de Barrio Nuevo y El Calvario entre quienes podemos mencionar a Sergio Torres, Rafael Chávez, Rafael Oviedo, Luciano Lacruz, Etasnilao Riera y sus hijos, los hermanos Álvarez (Felicio, Encarnación, Eduardo y Ramón), Efigenio Rojas, Pedro Barrios, Fidel Samuel, Sixto Quintero, Lino Mosquera y Rafael Piña, entre otros.
Para la
época era Jefe Civil del Distrito Torres el General Juan José Álvarez Arroyo y
puso mucho empeño en la culminación de la obra. En aquella mañana del 05 de
mayo de 1895, día de la inauguración,
estaban presentes los representantes de las “fuerzas vivas”, vecinos y
obreros de la obra. El discurso de orden correspondió al Dr. Ramón Pompilio
Oropeza quien se refirió a las “ventajas” del nuevo camposanto del culto a los
muertos en la Antigüedad, del significado de la muerte y del cementerio para
los cristianos, y termina agradeciendo y elogiando a todos aquellos que
hicieron posible “este cuadrilátero que ha beberse nuestras lágrimas y que ha de transformar nuestros huesos en polvo”. En realidad aquel cementerio inicial se reducía
al zaguán de entrada, un altar, unas
pocas medias paredes y una rudimentaria cerca de alambre. En la entrada se
colocó una placa de bronce con la inscripción “Ego sum qui sum. Éxodo, 3:14” que solía repetir Don Juan Peroza
cuando se echaba los palos.
Al final del
acto inaugural del “nuevo” cementerio, uno de los allí presentes Amado Ramos,
de quien casi no se tiene información,
preguntó en tono socarrón “¿Quien será el primer pendejo
que van a enterrar aquí?”. Aquellas palabras parecieron salir de la boca de un
personaje de Sófocles, pues “aquel
primer pendejo” fue precisamente quien había lanzado la pregunta al aire. Al
abandonar el cementerio se fue a libar aguardiente y a jugar a los dados (muy
posiblemente a un “garito” ubicado en El Yabal”) donde en medio de una
acalorada discusión el joven impertérrito
Pedro Carmona Álvarez, de 19 años, le asesta una mortal puñalada en el corazón. Este
Pedro Carmona era el padre de Pedro Carmona Figueroa (quien vivió más de
un siglo), padre del empresario Pedro Carmona Estanga célebre por ser la cara
visible del curioso y último golpe de Estada acontecido en Venezuela.
Pedro
Carmona Álvarez al parecer no fue enjuiciado por la muerte de “aquel pendejo”
que aquel 5 de mayo Tanatos lo señaló con
su dedo índice al preguntar por el primer tributario del nuevo cementerio. Fue
enterrado en la mañana del 6 de mayo de
ese año. La tradición oral se encargó de mantener viva su memoria hasta hace poco. Su tumba fue “descubierta”
una mañana del 3 de febrero de 1962, hace exactamente 53 años. El Diario de Don
Antonio reseñó aquello como un
acontecimiento histórico.
Este
cementerio inaugurado en 1895 por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza y Amado fue “clausurado” oficialmente por Franklin
Piña, el 5 de mayo de 2001, durante la Administración del Alcalde Javier
Oropeza, porque “estaba hasta la copita”.
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