Con el permiso de Pitágoras.
Orlando
Álvarez Crespo.
Es
muy dado en cierta “raza” de especialistas a catalogar de ignorantes a aquellos que no conocen en profundidad la
parcela del conocimiento que ellos conocen.
El sabio Pitágoras (569
a c. – 475
a .C.) colocó un letrero inhibidor en su celebre academia: “quien no sepa matemática que no entre”. Por su parte; el historiador caroreño J. Mora
se atreve a llamar ignorante a quien no conozca la génesis de las instituciones
judìricas que los españoles transplantaron en el Nuevo Mundo. Desde luego esto es un error. A la verdad y a la utilidad se le llega de
varias formas.
En
el barrio Torrellas de Carora, existió una Bodega que parecía más bien una especie de hipermercado
tropical. Bodega “La Violeta ”,
ubicada en la calle Ramón Pompilio Oropeza, propiedad del empresario Nicanor
Graterol, y regentada excepcionalmente, y durante cincuenta años por Fausto Meléndez,
quien aunque parezca mentira, era ágrafo.
En
La Violeta ,
cuyas “novedades” eran anunciadas por
Radio Violeta, la primera radio comunitaria del país, se vendió desde arepa “Mata peón” hasta infundia de iguana,
pasando por la pólvora y el cemento al detal.
Fausto Meléndez no solo vendía de todo un poco, sino que además tenía
repuesta para todo. Así cuando alguna dama le pedía que le cambiase una arepa
pasada de candela por otra más blanca y le decía “Fausto cámbiame esa arepa que
está muy fea” nuestro personaje ripostaba: “Ayú ¿y quien te dijo a voz que las
tripas tenían ojos?; pero al final concedía el cambio.
En aquella bodega las cosas se vendían por peso aunque el aparato de
pesar casi nunca se usaba; pues para medir se disponía de unos taturos ya calibrados para medir los mas
diversos productos que allí se expendían. Fue quizás la ultima bodega donde aún
se hablaba de cotejo (6
litros ), arroba, cuartilla (12 litros ), medio, quintal, fanega, decalitro, libra,
onza, etc, ya hoy en pleno desuso. Era
la época cuando por un bolívar se compraban 14 huevos, 16 cucas o 12 plátanos;
un kilogramo de sal (en grano) valía)
una locha, y la sal molida un medio.
La gente mayor de cuarenta años aun tiene fresca memoria de lo más
atractivo de aquella curiosa y pintoresca pulpería: la ñapa, que allí no era simplemente
el obsequio de un caramelito de coco o una conserva. Si bien es cierto que la ñapa era una
institución comercial muy extendida en la Venezuela de la primera mitad del siglo XX, en La Violeta esa
institución de curioso origen inca, se adoptò e institucionalizó como un
irresistible atractivo comercial para los muchachos responsables de hacer los mandados. Allí éstos tenían la
posibilidad de ir acumulando el crédito
por concepto de ñapa. El valor
favorable de la ñapa se acreditaba de
acuerdo al monto de la compra. Se disponía
de tres frascos de vidrio donde se depositaban granos de café (de mayor
valor, para los que compraban mas de un real), maíz o caraota según la
naturaleza de la compra. Así entonces
ocho (08) granos de maíz eran equivalentes
a una extinta locha. La relación
era por cada bolívar se acreditaba un locha. Ya adelantado el siglo XX
aparecieron los llamados boletos azules como certificado de haber comprado un
bolívar.
Fausto Meléndez logró atraer a
casi la totalidad de chiquillería del populoso barrio Torrellas que
encontraba en La
Violeta una agradable recompensa al esfuerzo de caminar
dos o tres cuadras más que significaba llegar hasta aquella bodegota.
Eso y toda la contabilidad la llevaba con exactitud de academia aquel humilde viejo cristiano que no conocía
la estructura (al menos escrita) de las matemáticas y que quizás no tenía
credenciales para entrar a la academia fundada por aquel sabio que hace
veinticinco siglos nos legó una sencilla formula para calcular el área de
grandes extensiones.
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